Cómo pedir permiso para invitar a jugar a un amigo (en diez simples pasos)
Cuando uno es chico, pedir permiso para invitar a un amigo es una situación que ustedes saben que deben atravesar para pasar de la soledad a la compañía, del aburrimiento a la diversión. Las dificultades no deben desanimarlos. Si quieren triunfar a la hora de pedir un permiso, vale decir, conseguirlo, tienen que acumular pruebas a favor de que lo merecen. Y desde ya, tener ordenado el cuarto, y juntados los juguetes.
Para obtener mayores beneficios, conviene ensayar en el espejo las caras más eficaces (hay muchas versiones de las de porfis), y pensar en las compensaciones más atractivas, por ejemplo, "Si me dejás invitar a Ema, te voy a secar los platos durante una semana" (no falla nunca en las casas sin lavaplatos). O, "No me voy a olvidar de pasear a Flufi (perrito o gatito, lo que prefieras imaginar) después de los deberes (este doblete es triunfador seguro).
La historia de este libro, Cómo pedir permiso para invitar a jugar a un amigo (en diez simples pasos), está un poco disfrazada de instructivo, porque tiene pasos, que en realidad son sus capítulos, y porque, para colmo está escrita en segunda persona, que es la que les gusta usar a los que dan órdenes, indicaciones o consejos. Y, en verdad, así medio de contrabando, pretende mostrarles las posibilidades que tendrían ustedes mismos de obtener permisos parecidos al de su personaje principal, es decir para invitar o aceptar una invitación, para ir a algún que otro lado, o realizar una actividad.
Así que cuanto más se identifiquen y compenetren con el héroe de estas aventuras caseras pero no por ello menos aventuradas, más probabilidades tendrán de que les vaya como a él (tanto en las buenas como en las malas, me temo). Por eso no le puse nombre al niño héroe (ya me veo venir la pregunta cuando visite escuelas), de modo tal que, al leer, logren casi meterse en sus zapatos, como suele decirse cuando se habla de sentir empatía por otro, persona o personaje, no discriminemos, por favor.
Esta historia también tiene su chistecito para los que quieran dedicarse a ser escritores como yo (cuando yo me jubile, ni se les ocurra antes), porque muestra que, en cada encrucijada del camino de una narración se presentan muy distintos senderos a seguir y a escribir. Y que entonces uno se la pasa decidiendo a cada rato, principio, medio y fin. Igual que en la vida. ¿O no es la vida de cada uno como un cuentito con un principio (cuando nacemos y todavía no podemos hablar para pedir permisos), un medio (cuando tenemos que pedir unos cuantos permisos hasta que nos toque ser los que los damos), y un fin (cuando ya no importan más los permisos porque no podemos aprovecharlos)?
Sumérjanse, entonces, en Cómo pedir permiso para invitar a jugar a un amigo (en diez simples pasos), lleven patas de rana y esnórquel, yo sé lo que les digo, y una vez que hayan emergido de la lectura, séquense un ratito al sol y corran a recomendarle esta novelita a alguna amiga o amigo, necesitados de permisos.
Cómo pedir permiso para invitar a jugar a un amigo (en diez simples pasos). A-Z Editora (Buenos Aires, 2025). Ilustraciones: Pablo Zweig.
